Desde que el hombre existe en la tierra ha necesitado de objetos y se ha rodeado de ellos. A medida que las sociedades y entornos del hombre se fueron complejizando a través de actividades cada vez más específicas, se hizo necesaria la creación de más objetos, tanto de uso privado como público, cambiando el modo de utilizar y pensar el cuerpo humano y sus capacidades físicas, al generarse una dependencia y mimetización de este con los artefactos en sus actividades cotidianas. El hombre necesita herramientas que prolonguen el cuerpo humano, para desenvolverse mejor en sus actividades.
El hombre sigue creando e introduciendo a la cultura nuevos objetos sean estos para la vida cotidiana o para la vida pública. La necesidad de rodearnos de ellos y la forma en que estos son mediadores de nuestra cultura tiene una importancia enorme, como lo ha tenido cualquier cultura en cualquier época y lugar.
Los objetos de la vida cotidiana son un museo de nuestra vida, que habla no sólo de la cultura que la ha creado sino también cual es la relación que tenemos con ellos y como es el ambiente que nos rodea, pues ellos son la viva imagen de nuestra vida en sociedad y de nuestro ámbito personal.
El objeto es comunicación, es parte de la extensa red de signos que rodea constantemente nuestra vida cotidiana y pública. No hay lugar que no esté compuesto por objetos, por lo tanto no hay lugar que esté exento de mensajes y de ciertas connotaciones que dependerán de cada contexto.
Con esta producción no pretendo descontextualizar los objetos como lo hicieron Duchamp y más tarde Warhol en elevarlos en categoría de obra de arte, dándoles valores totalmente diferentes a los que posee en su esencia. No busco elevar a este nivel estos objetos urbanos, sino mostrar como se fusionan o mimetizan con nosotros en el uso cotidiano, (de un nivel material a otro nivel de representación inconsciente), renovando permanentemente sus significados según nuestras necesidades personales, colectivas y culturales.
Quiero humilde y sencillamente generar una mirada distinta, otra. Quizás estas “ventanas” tomen el lugar de nuestros ojos a través de los cuales miramos a estos objetos, (algunos entre tantos existentes), como resultado cultural y social del público que los usa y la identidad que genera en nosotros mismos y en una ciudad, pues son la viva imagen de nuestra vida en sociedad y nuestro ámbito personal.
Si… Con ellos nos vinculamos todos los días, y según el día decidimos los modos, los comos, y los porque los elegimos.
Pero cuantas veces ellos nos eligen a nosotros, creando necesidades ficticias, obsesiones, dependencias; hasta fundirnos con ellos.
Si, elegí sólo algunos entre millones. Azarosamente, desmitificando sus usos y sentidos: “nuestras naturalezas muertas.”
Los huevos, “la huevada”, tanta huevada humana por todos lados. Los huevos están allí, en el laboratorio de nuestra cocina, casi un lugar de alquimia, del despelote, de las ansiedades. Todo es rico, devorable. Casi un viaje de ida.
La caca, también conocida vulgarmente como mierda. Los excrementos, lo que no nutre, lo que es de desecho. Hay tantas cosas que me huelen “tan mal”, pero es simplemente mi percepción. Para otros… huele bien.
Los regalos; los que hacemos, los que nos hacen, este simple gesto de dar y recibir, y porque no…dejarse sorprender.
Los alambres de púa o aquellas defensas que creamos a nuestro alrededor, de forma conciente o inconsciente y que cuantas veces las llevamos de mochila, sobre nuestra espalda. Caminamos con ellas.
Las cadenas, sus eslabones. Nuestros aspectos internos que se integran y conviven todos juntos. Convivimos con los demás. No somos islas.
Los tomates, “frutas y verduras”. Poder dar frutos sin que nuestros miedos los devoren, los sequen. Más bien que se multipliquen y se repartan.
La lechuza, los pájaros, los animales, sus sonidos. Esa forma de girar como la lechuza, o más, casi a 360º. De querer ver todo, querer absorberlo todo, manejarlo todo, devorarlo todo. En otras palabras: “todo bajo control hasta dominar nuestra propia oscuridad”.
Las plantas, el verde, a ellas les hablamos, nos miran y nos alegramos cuando después de sus podas aparecen nuevos brotes.
Las letras, los números, eso que da orden a nuestra expresión, elementos que arman y construyen nuestro sentir.
La fuente, inodoro, no es la fuente de Duchamp, tampoco tiene un seudónimo, ni es un ready made. Cuantas cosas dejamos ahí. A veces lo llamamos “trono”;……………..que ambigüedad.
El lápiz de labio, los besos, el color, la sensualidad. Aquellos besos que dimos, aquellos que daremos y aquellos que nunca daremos.
El humo, cuantos vicios, cuantos quistes, y también cuanto soplo.
Si. Todos ellos y cuantos más: “atesorarlos y guardarlos”. En cajas: de pandora o simplemente de zapatos, aunque no sepamos para que, por las dudas, para mañana.
i…..todos ellos dan testimonio de nuestra vida silenciosa.
Cecilia Luque
”TODOS SOMOS DOSCIENTOS………TODOS PUSIMOS EL CORAZON PARA CONSTRUIRLOS”
Cada uno de nosotros, hace ya 200 años, fue dejando, y va dejando huellas. En cada huella pusimos y ponemos el corazón, el trabajo, el esfuerzo, la pasión, el compromiso, el valor; porque a pesar de tantas circunstancias adversas, seguimos creyendo en este país; en esta tierra, en esta Argentina; que aun seguimos eligiendo. La fortaleza de estas huellas puesta a través de la seriación, que connota multiplicación de fuerzas, multiplicación que le es propia a la grafica, conexión entre las partes y armonía de conjunto. Todos estos conceptos son los que quieren reflejar estos dos murales en “Todos somos doscientos…todos pusimos el corazón para construirlos”